LA HISTORIA DE MARÍA MOÑITOS
TRAVESTIRSE: Dícese de quien se viste con la ropa del sexo opuesto. En este punto es necesario hacer una digresión acerca de la práctica de travestirse, de ser travestido, de ser travestí y de ser homosexual. No necesariamente el hecho de ponerse vestido de mujer hace de un hombre un travestido en el sentido de homosexual con el que usualmente utilizamos el termino. Lo que ocurre con las llamadas "viudas de Joselito", nos puede ilustrar cuando vemos que por fuerza del peso que la condición homosexual va tomando en el travestismo en carnaval, cada día son menos los hombres y cada vez son más las mujeres las que se "disfrazan de viudas". Marimoñitas EMIL CASTELLANOS: MARIA MOÑITOS es un hombre vestido de mujer. En estricto sentido, está travestido. Sin embargo, ello no lo convierte en homosexual. La caracterización que Castellanos hacía en vida del comportamiento femenino como un conjunto de caricaturas relacionadas con la infidelidad, la búsqueda de marido y el apunte para "coger las dos bolas", hace que Emil estuviera travestido pero María Moñitos lo convierte en "DISFRAZ".
Así es la Historia de este albañil de profesion, Es usual que los disfrazados recorran verbenas y reuniones, y en cada estación, se luzcan ofreciendo un poco de su talento o de su burla a cambio de unas monedas o unos billetes.
Emil Castellanos, el hombre detrás del disfraz. Emil se fue hace casi 17 años, ‘María Moñitos’sigue viva, sigue bailando en Carnaval.
Persiste con mucha fuerza, también, en el recuerdo combinado de vecinos y parientes que extrañan la alegría de Emil cuando se volvía ‘Moñitos’, y las fiestas que se armaban en torno suyo en la calle 23 con carrera 18, barrio Las Nieves. Allí vivía él, y era la sede única de las cuatro horas que duraba su metamorfosis para convertirse en esa mujer coqueta de minifalda, con lacitos de colores en las trenzas del cabello crespo, ojos muy abiertos y labios en trompa.
Su principal cómplice, su apoyo, su guía en el largo proceso de transformación, era su mujer, Naudí Pedroza, con quien iba corrigiendo detalles, puntualizando, puliendo, hasta quedar plenamente satisfecho dentro de su vestido de colores. Podía tener arandelas o ser liso, con encajes, llevar estampados o lo que fuera. Lo importante era no quedar desligado del presente de la ciudad o a espaldas de la moda femenina del momento.
Los días de la metamorfosis eran los de mayor tensión para la familia, porque Emil se levantaba a las cinco de la madrugada y ponía a todo mundo en función de lo que se avecinaba. Para garantizar una buena dosis de entusiasmo, mandaba a comprar fritos, de los mejores, en un ventorrillo del barrio, y luego de un opíparo desayuno, comenzaba el ritual.
Después de los moñitos y el traje, que de antemano había encargado a una modista amiga, venía el maquillaje, que corría por cuenta de una vecina especialista. Castellanos era tan exigente con esa parte, que si al final no le gustaba, buscaba a otra persona para que le quedara tal como él lo quería, ni más ni menos, para tener una mínima garantía de durabilidad: él, ya convertido en ‘María Moñitos’, se encargaría de mantenerlo a salvo de la maicena, más popular en ese entonces que la actual espuma, cayéndole a trompadas al atrevido o al agresor que se atreviera a echarle. Para eso, servía la fuerza oculta de Emil.
En las fotos que ahora veo, sin embargo, está eternizado como ‘María Moñitos’. Las cámaras lo atrapaban, sin falta, en sus momentos más expresivos, porque ni los periodistas quedaban a salvo de sus coqueterías y atrevimientos. Lo que más bien hacía era aprovechar la presencia de las cámaras para sentarse en las piernas del primero que veía, y hasta besar a alguno en la mejilla de manera apasionada. Después, venían las carcajadas. “No tengo nada de homosexual. Yo lo que soy es un tronco de vivo y me gusta entusiasmar al público”, responderá cualquier otro día, con su apariencia de Emil Castellanos, ante las cámaras de un noticiero de televisión, sin dejar de hablar con los ojos de vez en cuando, como para poner en evidencia que ‘María Moñitos’ también participaba en la respuesta.
Aunque no desperdiciaba oportunidad para sacarle dinero a su disfraz, Emil Castellanos se concentraba en continuar siendo albañil más allá de las fiestas. También era pintor esporádico, plomero, electricista, y reparaba cualquier cosa que le pusieran como desafío. Era un esfuerzo tremendo, pero así como se esforzaba, al mismo tiempo era desprendido, amable, y benefactor espléndido hasta donde lo dejaba su pobreza, abriendo espacios a la ancianita extraviada o al niño triste en su casa, sin importar que viviera hacinado con su mujer y sus ocho hijos.
También era ese pescador ocasional que se iba para Bocas de Ceniza el 31 de diciembre huyendo de los tragos y abrazos de ese día, y evitando el jolgorio de su propio cumpleaños el primero de enero, porque la única felicidad que concebía era la que le proporcionaba el disfraz. Al regresar a Las Nieves, el 2 de enero, venía cargado de peces de todas las especies, y los compartía con sus vecinos.
Y asimismo cuando era Emil, se preocupaba por la seguridad de la cuadra y era el primero en golpear, con sus puños de roca, al ratero atrevido que se dejara capturar por la turba de vecinos. Mientras muestra la colección de fotos, Ruby recuerda, entre risas, que su padre acostumbraba a salir en la madrugada a la calle, apenas cubierto por una toalla a la cintura, y llegaba hasta la esquina para ‘atrapar ladrones’. De pronto eran los mismos que él visitaba ya convertido en ‘María Moñitos’ cada 24 de septiembre, Día de la Virgen de las Mercedes, patrona de los reclusos, y a los que terminaba dándoles regalos, comida, algún detalle, en vía contraria al propósito de su disfraz.
Lo del nombre de ‘María Moñitos’ no fue un bautizo propio. En realidad, el disfraz nació un poco distinto, cuando él tenía 17 años y acaba de prestar su servicio militar en el Ejército. Lo primero que se le ocurrió fue vestirse con prendas femeninas, ponerse una peluca, y caminar de fiesta en fiesta con una muñeca en los brazos, simulando ser una mujer engañada.
Al año siguiente, con la experiencia encima de haber perdido varias pelucas por cuenta de los traviesos que saboteaban su disfraz, se decidió por usar su propio cabello y llenarlo de los moñitos de colores que, en adelante, distinguieron al personaje y empujaron un bautizó del que no se tiene lugar ni fecha precisa. En cualquier caso, ese bautizo vino de alguna exclamación en una de esas apariciones repentinas suyas: “Ahí llegó la Moñitos”, se oyó decir, y el ‘María’ vendría a incorporarse con el correr del tiempo. En ese segundo año, cuando quedó escriturada la imagen que llevaría por siempre, Emil le imprimió al disfraz otro ingrediente: un supuesto talonario de apuestas permanentes con un número y un valor en dinero. A la víctima de turno, él le pedía que le apuntará las ‘bolas’ (en este caso, cifras), para no quedarse él con las ‘bolas’ (los testículos) de la víctima.
No era una amenaza para despreciar, porque las manos de Emil Castellanos, curtidas por muchos años de trabajo duro con cemento y piedras, eran agrestes y grandes, manos que al servicio de 'María Moñitos' eran muy hábiles para desplazarse, con velocidad de cobra, a las partes nobles del cliente.
Con el paso de los años, ya no tenía necesidad de amenazas, ni de liarse a golpes con el que, confundido por su apariencia, le hacía algún lance o le faltaba el respeto. Su sola presencia, con el bailoteo sensual, la postura repentina con las manos en jarra, manos sueltas con las palmas hacia fuera, labios disparados y ojos gigantes, daban para que el espontáneo le diera billetes, monedas, él los depositaba en cualquier parte de su disfraz: en la faja, en los falsos senos, en la cintura, y sólo se preocupaba por contarlo cuando se despojaba de la indumentaria en casa y el dinero salía de su escondite.
En esta ciudad, entonces, Emil vivió prácticamente toda su vida. Aquí mismo murió el 1 de septiembre del 2000, y hasta lo hizo en su ley, porque esa noche, la noche de su muerte, animó en una despedida de soltero, y por no quedar como descortés, aceptó un plato de comida que tenía de todo, y él era alérgico a los mariscos. Terminó ahogándose en una angustia de asma, llegó muerto a la Clínica del Caribe y se fue con sus moñitos a su tumba en medio de un cortejo muy parecido a un desfile de carnaval.
Pero ‘María Moñitos’ continuó, después de todo. La primera señal de que no se había ido la dio su propio hijo Jesús, de seis años, que lo encarnó en el Carnaval del 2001, seis meses después de la muerte de su padre. Jesús estaría en esas hasta los 11 años. Si no siguió, dice su hermana Ruby, fue porque el Bienestar Familiar le puso el ojo a la situación, sobre el supuesto erróneo de que el niño era explotado. En realidad, ya su hermana mayor, Analía, quien encontró un empleo antes de la muerte de su padre, se había encargado no sólo de Jesús, sino del resto de sus hermanos.
El disfraz, sin embargo, persistió. Lo hizo en el primer plano del rostro coqueto convertido en figuras de poliestireno. Lo hizo a cuerpo entero, también, con sus brazos en jarra y la minifalda, ya fuera en dibujo de camisetas, indumentaria de coreografía o publicidad de tarjeta prepago celular. Fue una multiplicación en figuras, en otras caras y los otros cuerpos –mujeres, hombres, niños- que se lanzaban a los desfiles a personificarlo.
Emil en su vieja casa, maquillado, vestido como mujer y con algunos moñitos en el cabello, sosteniendo, cerca de su rostro, un primer plano de su personaje, con el beso disparado y los ojos azules muy abiertos. Las dos ‘María Moñitos’ hacen el mismo gesto en una especie de coreografía perpetua: el rostro enmarcado en los lacitos de colores que empezaron siendo suyos, pero que se han ido multiplicando en la memoria creciente del Carnaval de Barranquilla.
Gracias Emil por tantas alegrias...
de Omarlorenzo
Tomado de:
http://narracionperiodistica.blogspot.com.co
http://www.galeon.com/caribeimaginario
http://www.carnavaldebarranquilla.org
https://issuu.com/diarioadncolombia/docs/caribe8febrero/2